Entrevista en «Hoy por hoy», Cadena SER (Menorca), con Luis Soler (junio 2014)
Onda Cero Vigo, con Raquel Sánchez (22.09.2014)
EL HILO Y LA ESCRITURA 3/15
“Hay un hilo que tú vas siguiendo –afirma el poeta William Stafford- serpentea entre las cosas que cambian, pero él no cambia. La gente te pregunta cuál es tu propósito, y tú les hablas de tu hilo, pero no es fácil para los demás percibirlo. Mientras lo sostienes, no puedes perderte.”
Vivimos en un mundo donde es muy fácil perderse, perder el hilo. Nuestra forma de vida se basa en la desconexión con nuestra verdadera naturaleza, nos convierte en piezas de un engranaje arrastradas por poderosas inercias que nos mantienen empobrecidos, por no hablar del ruido, las prisas y el trance adictivo de la tecnología y las compras. La práctica de escribir sobre lo que nos ocurre es una manera de parar, de lograr perspectiva y de despertar nuestra capacidad creativa en medio de nuestras circunstancias concretas.
Escribir es mi práctica habitual. Ir desgranando mis experiencias cotidianas sobre el papel me permite atravesar mis pensamientos negativos, ésos que me arrinconan en escenarios donde no hay salida ni perdón y apenas se puede respirar. Con ayuda del bolígrafo descubro caminos que me llevan a lugares más amplios y amables de mi mundo interno. Voy siguiendo la pista del alivio, de las lágrimas que se asoman a mis ojos, o tal vez de la carcajada que libera mi garganta, o del calor que irradia de mi pecho a todo el cuerpo y lo hace vibrar. El cuerpo habla a través de mi caligrafía, firme o temblorosa, siempre vehemente.
Los años de práctica escrita me ayudan a rendirme a este proceso, a hacerme a un lado para que la mano me sorprenda con esas palabras nuevas que necesito saborear y sentir, palabras que me devuelven la vitalidad y la inspiración para seguir adelante. El ruido se disipa y recuerdo quién soy yo realmente y cómo llegué hasta aquí. Es un proceso misterioso, inagotable y profundamente transformador que se amplifica con la presencia del grupo y que no me canso de admirar en los talleres que imparto.
A veces, cuando hay suerte, llegamos a un espacio de silencio donde la escritura es pura meditación, un no-hacer, un dejarnos beber en la fuente. En ese lugar brota la poesía sin esfuerzo alguno y nuestras experiencias cotidianas se transforman en música y belleza. Todos tenemos esta capacidad, basta con sentarnos a escribir regularmente con humildad y con el propósito de cuidarnos a través de las palabras. “No está en tus manos hacer nada para detener el tiempo-concluye su poema William Stafford- pero nunca, nunca te desprendas del hilo.”
ESCRIBIR LA VIDA 6/14
Cada día me siento a escribir mi vida, es mi práctica habitual. Tomo bolígrafo y papel y observo las palabras tomando forma a cada instante, creando una historia siempre nueva y sorprendente. Sobre la página se van entretejiendo fragmentos de diálogos con las personas que me encuentro por la calle, historias que llegan a mis oídos, los colores del cielo reflejándose en la ría de Vigo, mis recados cotidianos y mis sueños, las preocupaciones…. el torrente de mis pensamientos en flujo constante. Me zambullo y sigo la corriente sin oponer resistencia.
De manera inconsciente, mi respiración se acompasa con cada frase, cada párrafo.
Un ratito cada día.
Durante años la escritura me ayudó a atravesar conflictos que me paralizaban. Abracé la escritura en un momento de desesperación para sobrevivir, para no desintegrarme. A lo largo de los años fui creando un mapa de palabras como puentes que salvaban ciénagas peligrosas y me dejaban sana y salva al otro lado, donde el suelo era firme. La escritura me regalaba intuiciones fulgurantes como oasis que me permitían adentrarme cada vez más en el desierto que albergaba en mi interior, en mi propia nada. Así aprendí a explorar, a investigar, a encontrar espacios más allá del miedo. Me hice un poco más valiente, un poco más confiada.
En un momento dado empecé a disfrutar del proceso. Además de sobrevivir, empecé a reflejar la belleza a mi alrededor: mi prosa se hizo poética, musical, luminosa, a veces casi mística. Por esa época decidí que quería dedicarme a transmitir a los demás mi amor por la escritura.
Realmente es así de fácil: sentarte y escribir lo que sientes, lo que percibes, cómo te afecta lo que pasa a tu alrededor. Plasmar tus recuerdos, las historias que te han convertido en la persona que eres hoy. Hacerlo regularmente, de la forma más honesta posible, respetando tu propio ritmo y tu equilibrio. Eso es todo.
Los beneficios demostrados de la escritura expresiva son apabullantes tanto en la salud física como en la emocional. Cuando escribimos de esta forma ganamos claridad, comprendemos nuestras circunstancias, encontramos respuestas a preguntas vitales; y a la vez reforzamos nuestro sistema inmune, calmamos el dolor y dormimos mejor, por mencionar algunos de los experimentos más significativos.
Escribir en grupo añade una nueva dimensión a esta práctica: nos permite inspirarnos en la experiencia de otros, comprender nuestra historia en el contexto de las demás, sentirnos profundamente escuchados si deseamos compartir lo que hemos escrito. El silencio de un taller de escritura es intenso, vibrante, lleno de energía. Nos lanzamos juntos al torrente de palabras, buscando cada uno su verdad, contagiándonos valor, sin oponer resistencia. Respiramos.
Emergemos cada vez un poco más valientes, un poco más confiados.
Nunca dejará de sorprenderme.